Mandy y su churri (Red Miller) viven en un casoplón en medio del bosque. Entre porrete y porrete hablan de viajes astrales, de marcianos y de temas metafísicos. Red trabaja de leñador donde cristo perdió el gorro y Mandy pasa mucho tiempo sola leyendo y trabajando en la gasolinera del pueblo. A todo esto, una secta de flipados se cruza con la muchacha y el gurú se queda prendado de su belleza. El tipo, una especie de Jesus Christ rancio, le pide a sus secuaces que la secuestren. Para ello, no se les ocurre una idea mejor que llamar a unos moteros infernales que parecen a los primos tarumbas de Hellraiser. La cosa es que lo que el jefe de la secta quería era básicamente meter colilla y cuando Mandy le rechaza, el tío entra en cólera y se le va de las manos. El buenazo de Red, que es poco menos que sodomizado, logra sobrevivir más o menos en buenas condiciones, aunque bastante perturbado. Con una ida de olla considerable, decide vengarse de la secta y de los moteros y, con un hacha forjada por el mismo con sus manitas, pondrá rumbo a lo desconocido para soltar mamporros a diestro y siniestro con un objetivo claro y meridiano: masacrar.
El director italo-canadiense Panos Cosmatos se acercó por el BFI 2018 para presentar su nueva película, la incatalogable Mandy. Con el reclamo de haber recuperado la mejor versión de Nicolas Cage, este largo causó mucho expectación en la capital británica. Se acabaron las entradas y el público estaba expectante. La primera desilusión corrió a cargo del propio Panos con una presentación de la pieza muy pobre en linea con su apariencia física. Cubierto con una capucha dentro de la sala, Cosmatos parecía querernos decir 'esta película la ha rodado un tío muy raro'. Y en efecto eso es lo que pensé al terminar de verla. Con un comienzo muy prometedor al ritmo de King Crimson, la historia de Mandy plantea una realidad muy psicodélica, donde una pacífica pareja se topa con una secta violenta que utiliza las drogas y entes de otro mundo para llevar a cabo sus sucios planes. Con una estética innovadora y una atmósfera muy 'Twin Peaks', la verdad es que la trama engancha y crea una expectación que desgraciadamente se ve truncada por la segunda parte del film. Una parte que se centra exclusivamente en Cage y su locura, para relatar una simplona historia de venganza, llena de sangre y vísceras, que solo puede salvarse si lo tomamos como un homenaje al cine gore de los 80. Aunque la verdad es que eso es ser demasiado benevolente con Panos, ya que la realidad es que su ambición y su particular visión del terror, no aportan mucho valor a este largo del que sobra la última media hora.
Nota: 6.1
Para recordar: Nicolas Cage en el baño en calzoncillos.
Para olvidar: Los demonios motorizados.
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Panos Cosmatos aburriendonos con su presentacion.
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