El equipo de un programa de la televisión japonesa, se desplaza a Uzbekistán parar rodar un capítulo dedicado a este exótico y desconocido país para la cultura nipona. El desafío es mayúsculo para todos, en especial para la joven Yoko que nunca ha salido de Tokio. Al más puro estilo occidental, los japoneses están llenos de prejuicios con culturas lejanas como la Uzbeka. Todo les parece raro y con cualquier tema pueden llenar un capítulo de curiosidades sobre este país. Lo bueno es que no tienen miedo de los oriundos, que, aunque muy diferentes, se muestran amables y colaboradores. Y es por esto que Yoko no duda en adentrarse sola en el corazón de la capital, Tashkent, tan solo acompañada de un mapa y algo de dinero. Sin conocer una palabra del idioma, solo con signos, se adentra por las calles y edificios de la urbe para empaparse de aquella rica y antigua cultura. En una de sus escapadas, irá demasiado lejos y, tras un malentendido con la policía local en el mercado central, dará con sus huesos en comisaria. Asustada y sin entender una palabra de lo que le dicen en un inglés más que rudimentario, tendrá que ser “rescatada” por el resto del equipo. Un equipo donde destaca el traductor que les esta sacando de más de un apuro. Con el material grabado y más que sorprendidos con las gentes de Uzbekistán, los intrépidos japoneses se marcharán del un país que parece hostil, con la sensación de haber estado entre amigos.
El festival BFI en su edición número 63, nos trajo esta peculiar co-producción uzbeko-japonesa, de difícil acceso en el mundo comercial. En una especie de homenaje a los lazos diplomáticos entre ambos países, el director Kiyoshi Kurosawa, nos muestra una perspectiva diferente sobre una cultura tan, tan, lejana como la Uzbeka. Todo visto desde el prisma de un japones. ¡Ahí es nada! Los japoneses tienen los mismo prejuicios que puede tener un occidental. No entienden (ni hacen por entender) la lengua, se sorprenden con cualquier leyenda o tradición local y son muy reacios a probar la gastronomía local. Pero la realidad es que las personas de Uzbekistán, son seres humanos como nosotros y durante la película, le director dejará claro que el temer esta cultura o el no querer integrarse, es una estupidez de titánicas magnitudes. La respuesta del comisario tras la más que sospechosa actitud de la protagonista, es el fiel reflejo de la personalidad cercana y racional de las gentes del país centro-asiatico. Una lección de civismo, que, unida a los paisajes y planos urbanos de la capital, hacen que el espectador más interesado en conocer otras culturas, disfrute a lo largo de todo el film. Un film que deja una moraleja secundaria, a través del total rechazo al machismo que muestra el equipo de realización japonés y que demuestra la apertura de mente del país del sol naciente, muchas veces acusado (de manera arbitraria) de ser machista y cerrado. Con esta película, Kiyoshi derrumba de un puñetazo estos tópicos sobre Japón.
Nota: 7.6
Para recordar: La actitud del comisario con Yoko.
Para olvidar: La historia en si es muy simple. Hay que verla desde la perspectiva de un “documental” sobre Uzbekistán. Si se busca complejidad, el espectador acabará muy decepcionado con este largo.
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