Estamos en la capital de España: Madrid. Esta gran ciudad se divide en 10% Glamour, 70% Mediocridad y 20% Miseria. Encuadrada en este último porcentaje, esta Cándida. Cándida es una mujer trabajadora, que reside en el barrio de San Blas. Allí no ha Corte Inglés ni Xanadú; allí hay gente humilde; desheredados de la opulencia capitalina. Para poder subsistir, Cándida, limpia casas de ricos en el centro de la ciudad. Todos los días, coge el cercanías y luego el metro para llegar su destino laboral; destino repleto de gente pija, orgullosa y fascista. Gente a la que no le importa ver a una persona de 60 años limpiando; gente que mira a otro lado cuando sabe que los hijos de Cándida están enfermos o metidos en la droga; gente de la mas baja calaña moral. Cándida, sin embargo, nunca pierde la sonrisa; a pesar de lo dura que es su vida madrileña, a pesar de vivir en un drama continuo, su positivismo y su filosofía rural, hacen que siga adelante donde muchos habrían caído por los suelos. Un buen día, Cándida conoce a Pablo, otro ‘animal’ de la capital; Pablo pertenece a la especie opuesta a la de nuestra protagonista: tiene una vida magnífica y el se empeña en ensombrecerla. Que si estrés, que si exceso de trabajo, que si problemas amorosos… Memeces metropolitanas, incomparables al drama de la limpiadora. Drama que se va acrecentando, hasta el punto de la locura; drama que compartirá con Pablo, para que, juntos, descubran que la vida puede ser de otro color…
Sensacional apuesta nacional por el melodrama biográfico. Cándida Villa, nos cuenta la historia real de su vida, vista por los ojos de Guillermo Fresser. Cándida fue empleada del hogar del director y desde el principio le cautivó y enamoro con su peculiar forma de ver las cosas. Drama sin concesiones, comedia sin paliativos. Este antagónico cocktail, es guiado de forma magistral por el realizador. Tan pronto lloramos, y antes de caer la lágrima, ya nos estamos riendo de nuevo. Con reminiscencias a clasicazos como El Hombre Elefante, este drama social, va más allá, y nos muestra la realidad cotidiana de Madrid; no como el absurdo personaje creado por Santiago Segura, sino con elegancia y veracidad. Más de uno de los que sufrimos a diario las inclemencias de esta ‘diabólica’ urbe, nos sentimos identificados en algún momento con Cándida.
En definitiva, cine español del que sí vale la pena, con un trasfondo meditativo y, que, como única pega, podría haberse reducido quitando partes del feliz (y fuera de lugar) epílogo.
Nota:8,8
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