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lunes, mayo 17, 2010

12 hombres sin piedad

Acaba de concluir un juicio por homicidio. El jurado se retira a deliberar. Doce personas con la labor de tomar una decisión por unanimidad: pena de muerte o libertad. La cosa parece estar clara para un grupo de ellos; el resto se deja arrastrar por la mayoría. Once votos a favor y es el turno del “número 8”. Este cree que hay tiempo para mandar a esta persona a la silla eléctrica y como no tiene claro que sea culpable decide dar un voto de inocencia. Simplemente para dialogar sobre el tema. Tachado de transgresor por el resto de componentes del jurado, no queda más remedio que escuchar su discurso. Un discurso obvio y de escaso contenido. Sin embargo, parece que no todo esta tan claro. Alguno de los que votaron culpable cambian de opinión. El debate se va intensificando y las claras pruebas incriminatorias, se tornan difusas por momentos. La personalidad de cada componente del jurado, había influido en las decisiones. La realidad es que hay demasiadas razones para dudar de la culpabilidad del reo. Los argumentos de los más inconformistas, logran cambiar los votos poco a poco. Los más radicales se niegan a dar su brazo a torcer; todo apunta a que no habrá unanimidad y el juicio saldrá nulo ¿se pondrá estos 12 hombres de acuerdo ante un hecho tan grave como es la pena capital?

Oso de oro en 1957 y consagración cinematográfica de Sidney Lumet. Estamos ante una de las mejores películas de la historia. Mucho se ha escrito sobre este film tan simple en su desarrollo como complejo en las conclusiones que se sacan de él. La historia transcurre en un caluroso salón en la que 12 hombres debaten si mandar a un hombre a la muerte o no. A priori podría pensarse que es complicado que ante tal planteamiento se consiga una tensión reseñable; pues contra todo pronóstico, la historia adquiere un suspense sublime, digno de las mejores películas de los maestros. Como transfondo, la personalidad claramente definida del cada uno de los componentes del jurado; una personalidad que se deja arrastrar por la mayoría; que condiciona la objetividad de las opiniones. Demasiado cercana al mundo real, dónde la minoría es castigada con el sambenito de la subversión. Los personajes, anónimos y mundanos (cada uno es nombrado con un número), encarnan diferentes aspectos de la condición humana: el miedo, la desilusión, el desengaño, el rencor, la sabiduría, la impotencia, el valor… Cada uno de los espectadores podrá buscar su “gemelo” en este grupo de individuos que quieren “matar” a un hombre. Empezaremos queriendo a unos y terminaremos odiándolos a todos. Imprescindible.

Nota:9,8

Para Recordar: El brillante ejercicio de cine en un simple salón.
Para Olvidar: Por decir algo, el excesivo protagonismo de Henry Fonda.




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