En un reino remoto, en un país lejano, un rey es asesinado por su propio hijo. El principe, se da a la fuga, huyendo con la espada de su padre. Esta espada no se trata de un arma cualquiera: tiene un encantamiento por el cual, solo puede desenvainarla una persona con el corazón puro. La odisea del principe, le llevará por diferentes lugares, hasta conocer a un mago que vive plácidamente con su familia en una granja. En esa granja será dónde el principe conozca a su otro yo, el que le indujo al asesinato de su progenitor. Este ente, le conducirá a un misterioso castillo, en el que tendrá lugar una cruenta lucha para conseguir el control de la mágia.
No se puede concebir el cine japones moderno sin hablar de la animación; y no se puede hablar de la animación nipona sin citar a los Estudios Ghibli. Esta vez nos propone un cuento realizado por el hijo de uno de los más ilustres directores de dibujos (Hayao Miyazaki): Goro Miyazaki. Esta película, acorde con la calidad artística que nos tienen acostumbrados los Estudios, nos adentra en un cuento del lejano país del sol naciente; sin embargo, no justifica la creación de un largometraje para contar una historia tan pobre. Muy inconexa y repetitiva, este debut de Miyazaki hijo, no pasará a esa gloriosa historia de la que he hablado al principio de este comentario.
Nota: 6,4
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